Hace pocos días estuve en Londres, en unas mini-vacaciones de todo lo que habitualmente me rodea. A punto estuve de no ir, pues la reserva la había hecho hacía tiempo y las circunstancias o más bien las perspectivas habían cambiado en el ámbito laboral y visto de una manera objetiva no era el mejor momento para viajar a una capital tan terriblemente cara, aún quedaba por pagar el hotel y la estancia, aunque los billetes de avión ya no se podían devolver.
Total que a última hora y cuando todo descartado y animada por personas que de vez en cuando me hacían algún atisbo de demostración de genuino afecto y sin apenas haber preparado nada, me fuí a Londres para el puente de San Juan.
No me arrepentí, a pesar de la para mí pequeña fortuna que me cobraron por el hotel (había anulado la anterior reserva en uno más modesto y decidí ir a otro de superior categoría, no estaba el ánimo para sordideces) las dificultades con mi limitado inglés y el robo en toda regla de la que fuí objeto (por incauta) en una oficina de cambio de moneda en Notting Hill, la experiencia fué muy positiva.
Fuí sola, no lo he mencionado pero se deduce por la primera persona del singular que vengo usando en el texto. Era la segunda vez que lo hacía a un país extranjero y me esforcé en que no fuera un impedimento para disfrutar del viaje. Claro que me hubiera gustado viajar acompañada y compartir mis experiencias con personas afines. Pero no siempre es así, a veces hay que aguantar verdaderos incordios, tampoco puedes observar con tanta atención lo que ocurre a tu alrededor cuando vas charlando con alguien, también es cierto que cuatro ojos ven más que dos, y seis que cuatro, etc... Pero ya se sabe, quien no se consuela es porque no quiere.
martes, julio 08, 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Espero que disfrutaras de ese viaje. No conozco Londres y ya me hubiera gustado ir... Da gusto de nuevo leerte. Un besito.
Publicar un comentario